Parque Quinta de Torre Arias
- Jor Jiménez García
- 3 abr 2017
- 2 Min. de lectura
La finca Quinta de Torre Arias abrió en noviembre del 2016 sus puertas para que el público pudiera al fin disfrutar del valor histórico y paisajístico que atesora. Esta finca del siglo XVI, ha pertenecido a la aristocracia madrileña desde el año 1600 hasta la actualidad. Está situada en el barrio de Canillejas, en el número 551 de la calle de Alcalá, y tiene un tamaño de 18 hectáreas.

Destacan sus amplios jardines, donde se pueden encontrar hasta 51 especies diferentes de árboles, como almendros, pinos, rododendros, cedros y laureles en gran cantidad, y hasta una encina con más de 300 años. No sólo sorprende la maravillosa vegetación, también hay edificaciones que, aunque todavía no puedan ser disfrutadas pronto lo serán.
El Ayuntamiento de Madrid ha comunicado que tomará medidas para proteger, conservar y exponer al público las obras que se encuentran en todo el parque, así como el acondicionamiento de zonas de picnic, papeleras, bancos y reconstrucción de edificaciones de alto valor histórico. Las visitas guiadas por educadores ambientales, se realizan todos los domingos de 10 a 12 y de 12 a 14 horas, gratuitas y con reserva previa.

El Ayuntamiento heredó la finca en 2012, tras la muerte de la condesa de Torre Arias, Tatiana Pérez. La aristócrata mantenía el usufructo de los terrenos, pero había entregado su propiedad al Consistorio en 1986 en virtud de un acuerdo por el que el entonces alcalde, el socialista Enrique Tierno Galván, le permitía explotar otros terrenos próximos.
Tras las tapias de la calle de Alcalá se ocultó durante décadas un pulmón verde en pleno casco urbano. Pero fue la alcaldesa Manuela Carmena la que lo ha abierto al público, tal y como demandaban los vecinos. Fue la presión de estos, organizados en una plataforma, los que consiguieron anular la demolición de varios edificios y la cesión de la finca a una entidad privada.
La Quinta de Torres Arias es el único parque de Madrid que combina su carácter residencial con su explotación agropecuaria. Además de las numerosas especies de árboles, hay huertos urbanos, invernaderos y una casa de patatas. Francisco Barbería, uno de los miembros de la plataforma vecinal que ha luchado para que este pulmón verde esté disponible para sus vecinos, cuenta que llevan más de dos años negociando con el Ayuntamiento para que su uso siga siendo el mismo que ha tenido todos estos siglos: “Nos gustaría que se potenciasen los huertos y que la finca siga siendo un rincón agropecuario con un afán educativo para colegios. De momento, nos da la impresión de que Ahora Madrid está de acuerdo con nosotros”.
Esta joya arquitectónica madrileña, en cuatro siglos ha servido de viñedo, perrera, palomar, vaquería, jardín o morada de ilustres inquilinos.
La explicación en cuanto a las plantaciones, que se repartían en ocho cuarteles donde destacaban perales, membrillos, higueras blancas y negras, cepas de moscatel, almendros, avellanos, olmos, álamos blancos y negros, ciruelos y bergamotos... es que sufrieron un incendio en 1750. Posteriormente fueron los dominicos del Convento y Colegio de Santo Tomás de Aquino (calle Atocha de Madrid) los que se hicieron cargo de la labor agrícola de las parcelas.

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